martes, 30 de junio de 2015

Texto del Evangelio (Mt 8,23-27): En aquel tiempo, Jesús subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero Él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?».

Comentario: Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet (Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)

«Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza»

Hoy, Martes XIII del tiempo ordinario, la liturgia nos ofrece uno de los fragmentos más impresionantes de la vida pública del Señor. La escena presenta una gran vivacidad, contrastando radicalmente la actitud de los discípulos y la de Jesús. Podemos imaginarnos la agitación que reinó sobre la barca cuando «de pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas» (Mt 8,24), pero una agitación que no fue suficiente para despertar a Jesús, que dormía. ¡Tuvieron que ser los discípulos quienes en su desesperación despertaran al Maestro!: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» (Mt 8,25).

El evangelista se sirve de todo este dramatismo para revelarnos el auténtico ser de Jesús. La tormenta no había perdido su furia y los discípulos continuaban llenos de agitación cuando el Señor, simplemente y tranquilamente, «se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza» (Mt 8,26). De la Palabra increpatoria de Jesús siguió la calma, calma que no iba destinada sólo a realizarse en el agua agitada del cielo y del mar: la Palabra de Jesús se dirigía sobre todo a calmar los corazones temerosos de sus discípulos. «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» (Mt 8,26).

Los discípulos pasaron de la turbación y del miedo a la admiración propia de aquel que acaba de asistir a algo impensable hasta entonces. La sorpresa, la admiración, la maravilla de un cambio tan drástico en la situación que vivían despertó en ellos una pregunta central: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). ¿Quién es el que puede calmar las tormentas del cielo y de la tierra y, a la vez, las de los corazones de los hombres? Sólo quien «durmiendo como hombre en la barca, puede dar órdenes a los vientos y al mar como Dios» (Nicetas de Remesiana).

Cuando pensamos que la tierra se nos hunde, no olvidemos que nuestro Salvador es Dios mismo hecho hombre, el cual se nos acerca por la fe.


lunes, 29 de junio de 2015

El texto evangélico nos recuerda que el poder que tiene el Papa para conducir la Iglesia y para discernir lo que es doctrina sana para el Pueblo, lo recibió no de los hombres, sino del mismo Jesucristo.





Evangelio de hoy 
Mateo 16, 13-19

En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas". 

Luego les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Jesús le dijo entonces: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". 

Reflexión 
El texto evangélico nos recuerda que el poder que tiene el Papa para conducir la Iglesia y para discernir lo que es doctrina sana para el Pueblo, lo recibió no de los hombres, sino del mismo Jesucristo, a quien hoy le hemos oído decir con claridad: "Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". 

De manera que quien no lo escucha y respeta, es al mismo Cristo a quien desobedece y ofende. Jesús quiso dejar un pastor que, en su nombre, gobernara y evangelizara a la Iglesia, y por eso le dio palabras de sabiduría y de ciencia para que con ellas dirigiera el caminar del pueblo de Dios. 

Es por ello que todas las encíclicas papales deben ser leídas por nosotros, pues en ellas se nos exhorta y educa en la pureza de la fe. De gran interés son todas. Te invito a leerlas, quizás puedas empezar por: "Dios es amor", descubrirás en ella la limpieza del corazón del pastor, y la invitación a vivir íntimamente unidos con Dios que es Amor. 

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro 

viernes, 26 de junio de 2015

Mateo 8, 1-4

En aquel tiempo, cuando Jesús bajó de la montaña, lo iba siguiendo una gran multitud. De pronto se le acercó un leproso, se postró ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes curarme". Jesús extendió la mano y lo tocó, diciéndole: "Sí quiero, queda curado". Inmediatamente quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: "No le vayas a contar esto a nadie. Pero ve ahora a presentarte al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés para probar tu curación".

Reflexión 
Este es uno de los ejemplos de lo que significa reconocer realmente quién es Jesús. El leproso de nuestro pasaje, sabe con certeza que Jesús "puede" curarlo. Si bien no podemos decir que ya hubiera reconocido que él era Dios, ha visto en él la presencia poderosa de Dios; por ello le dice: "Si tú quieres".

Es importante, entonces, que nosotros, de cuando en cuando, nos preguntemos de nuevo ¿Cuál es la imagen que nos hemos formado de Jesús? ¿Es para nosotros verdaderamente Dios, el Dios verdadero para quien NADA es imposible? La respuesta es importante pues si verdaderamente consideramos a Jesús, al que proclamamos como nuestro Señor, verdaderamente Dios, entonces su palabra tiene poder, sus promesas se realizan, su presencia es verdadera, todos los días, junto a nosotros, su Cuerpo y su Sangre están presentes en todos los altares.

Si lo reconocemos como verdadero Dios, nuestro trato con él estará basado en la confianza amorosa, pues sabremos que "si él quiere", todo cuanto nos parece necesario nos será dado para testimonio de su amor entre nosotros. Pongamos nuestras necesidades ante él diciendo con humildad: "Señor, si tú quieres".
 

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro 

jueves, 25 de junio de 2015

 Nuestra plegaria y contemplación de hoy, debe ir acompañada por una reflexión seria: ¿cómo hablo y actúo en mi vida de cristiano? ¿Cómo concreto mi testimonio? ¿Cómo concreto el mandamiento del amor en mi vida personal, familiar, laboral, etc.? No son las palabras ni las oraciones sin compromiso las que cuentan, sino el trabajo por vivir según el Proyecto de Dios.

miércoles, 24 de junio de 2015


  1. Texto del Evangelio (Lc 1,57-66.80): Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados. 

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.
Comentario: Rev. D. Joan MARTÍNEZ Porcel (Barcelona, España)
«El niño crecía y su espíritu se fortalecía»
Hoy, celebramos solemnemente el nacimiento del Bautista. San Juan es un hombre de grandes contrastes: vive el silencio del desierto, pero desde allí mueve las masas y las invita con voz convincente a la conversión; es humilde para reconocer que él tan sólo es la voz, no la Palabra, pero no tiene pelos en la lengua y es capaz de acusar y denunciar las injusticias incluso a los mismos reyes; invita a sus discípulos a ir hacia Jesús, pero no rechaza conversar con el rey Herodes mientras está en prisión. Silencioso y humilde, es también valiente y decidido hasta derramar su sangre. ¡Juan Bautista es un gran hombre!, el mayor de los nacidos de mujer, así lo elogiará Jesús; pero solamente es el precursor de Cristo.
Quizás el secreto de su grandeza está en su conciencia de saberse elegido por Dios; así lo expresa el evangelista: «El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel» (Lc 1,80). Toda su niñez y juventud estuvo marcada por la conciencia de su misión: dar testimonio; y lo hace bautizando a Cristo en el Jordán, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto y, al final de su vida, derramando su sangre en favor de la verdad. Con nuestro conocimiento de Juan, podemos responder a la pregunta de sus contemporáneos: «¿Qué será este niño?» (Lc 1,66).
Todos nosotros, por el bautismo, hemos sido elegidos y enviados a dar testimonio del Señor. En un ambiente de indiferencia, san Juan es modelo y ayuda para nosotros; san Agustín nos dice: «Admira a Juan cuanto te sea posible, pues lo que admiras aprovecha a Cristo. Aprovecha a Cristo, repito, no porqué tú le ofrezcas algo a Él, sino para progresar tú en Él». En Juan, sus actitudes de Precursor, manifestadas en su oración atenta al Espíritu, en su fortaleza y su humildad, nos ayudan a abrir horizontes nuevos de santidad para nosotros y para nuestros hermanos.

martes, 23 de junio de 2015

Evangelio según San Mateo 7,6.12-14.
No den las cosas sagradas a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes para destrozarlos.
Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.
Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí.
Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran.





Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :

San Clemente de Roma, papa del año 90 a 100 aproximadamente
Carta a los Corintios, § 36-38

«El camino que lleva a la vida»




Jesucristo es, amados hermanos, el camino por el que llegamos a la salvación, el sumo sacerdote de nuestras oblaciones, sostén y ayuda de nuestra debilidad. (He 10,20; 7,27; 4,15). Por él podemos elevar nuestra mirada a lo alto de los cielos; por él, vemos como en un espejo el rostro inmaculado y excelso del Padre; por él, se abrieron los ojos de nuestro corazón; por él, nuestra mente, insensata y entenebrecida, se abre al resplandor de la luz; por él quiso el Señor que gustásemos el conocimiento inmortal, ya que «él es el reflejo de la gloria del Padre..., encumbrado sobre los ángeles porque es mucho más sublime que el de éstos el nombre que ha heredado» (Hb 1,3-4)...

Tomemos como ejemplo nuestro cuerpo. La cabeza sin los pies no es nada, como tampoco los pies sin la cabeza; los miembros más ínfimos de nuestro cuerpo son necesarios y útiles a la totalidad del cuerpo; más aún, todos ellos se coordinan entre sí para el bien de todo el cuerpo (1C 12,12s). Procuremos, pues conservar la integridad de este cuerpo que formamos en Cristo Jesús, y que cada uno se ponga al servicio de su prójimo según la gracia que le ha sido asignada por donación de Dios. El fuerte sea protector del débil, el débil respete al fuerte; el rico dé al pobre, el pobre dé gracias a Dios por haberle deparado quien remedie su necesidad. El sabio manifieste su sabiduría no con palabras, sino con buenas obras; el humilde no dé testimonio de sí mismo, sino deje que sean los demás quienes lo hagan. El que guarda castidad, que no se enorgullezca, puesto que sabe que es otro quien le otorga el don de la continencia.

Pensemos, pues, hermanos, de qué polvo fuimos formados, qué éramos al entrar en este mundo, de qué sepulcro y de qué tinieblas nos sacó el Creador que nos plasmó y nos trajo a este mundo, obra suya, en el que ya antes de que naciéramos, nos había dispuesto sus dones. Puesto que todos estos beneficios los tenemos de su mano, en todo debemos darle gracias.

lunes, 22 de junio de 2015

 aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No juzguen, y no serán juzgados; porque así como juzguen los juzgarán y con la medida que midan los medirán.

¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no te das cuenta de la viga que tienes en el tuyo? ¿Con qué cara le dices a tu hermano 'Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo', cuando tú llevas una viga en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga que tienes en el ojo, y luego podrás ver bien para sacarle a tu hermano la paja que lleva en el suyo".


Reflexión 
Con este ejemplo, Jesús nos enseña cómo se ha de hacer y en qué consiste la "corrección fraterna". La primera cosa que debemos entender es que nosotros estamos llenos de defectos, muchas veces más grandes que los de nuestros propios hermanos. Esto nos ha de hacer humildes para no juzgar a los demás por sus debilidades e imperfecciones, superando el pensamiento de que nosotros somos mejores.

Sin embargo, esto no quiere decir que no los podamos ayudar, o que primero debamos resolver nuestros propios problemas antes de poder empezar a ayudar a nuestros hermanos; significa, que la ayuda ha de ser hecha, primero, sabiendo que no podemos ver bien y, segundo, que la ayuda debe ser hecha con mucha caridad; pensemos en lo delicado que debemos de ser para ayudar a una persona a sacar una basurita del ojo.

Estos son los dos elementos que debemos de tener en cuenta cuando verdaderamente queremos ayudar a nuestros hermanos a ser mejores, a superar sus imperfecciones, sus faltas. Para resolver nuestros problemas y superar nuestras debilidades, necesitamos de la ayuda de los demás, sin embargo, ésta ha de ser hecha con mucha caridad, prudencia, paciencia y delicadeza, pues en esto nos reconocerán verdaderamente como hermanos.
 

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro 

viernes, 19 de junio de 2015

Imagen de http://www.semeurdepaix.com
Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 6,19-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.

»La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!».

Comentario: Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés (Tarragona, España)

«Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben»

Hoy, el Señor nos dice que «la lámpara del cuerpo es el ojo» (Mt 6,22). Santo Tomás de Aquino entiende que con esto —al hablar del ojo— Jesús se refiere a la intención del hombre. Cuando la intención es recta, lúcida, encaminada a Dios, todas nuestras acciones son brillantes, resplandecientes; pero cuando la intención no es recta, ¡que grande es la oscuridad! (cf. Mt 6, 23).

Nuestra intención puede ser poco recta por malicia, por maldad, pero más frecuentemente lo es por falta de sensatez. Vivimos como si hubiésemos venido al mundo para amontonar riquezas y no tenemos en la cabeza ningún otro pensamiento. Ganar dinero, comprar, disponer, tener. Queremos despertar la admiración de los otros o tal vez la envidia. Nos engañamos, sufrimos, nos cargamos de preocupaciones y de disgustos y no encontramos la felicidad que deseamos. Jesús nos hace otra propuesta: «Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben» (Mt 6,20). El cielo es el granero de las buenas acciones, esto sí que es un tesoro para siempre.

Seamos sinceros con nosotros mismos, ¿en qué empleamos nuestros esfuerzos, cuáles son nuestros afanes? Ciertamente, es propio del buen cristiano estudiar y trabajar honradamente para abrirse paso en el mundo, para sacar adelante la familia, asegurar el futuro de los suyos y la tranquilidad de la vejez, trabajar también por el deseo de ayudar a los otros... Sí, todo esto es propio de un buen cristiano. Pero si aquello que tú buscas es tener más y más, poniendo el corazón en estas riquezas, olvidándote de las buenas acciones, olvidándote de que en este mundo estamos de paso, que nuestra vida es una sombra que pasa, ¿no es cierto que —entonces— tenemos el ojo oscurecido? Y si el sentido común se enturbia, «¡qué oscuridad habrá!» (Mt 6,23).

jueves, 18 de junio de 2015


Día litúrgico: Jueves XI del tiempo ordinario
Escuchar audio
Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.

»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

Comentario: Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach (Vilamarí, Girona, España)

«Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial»


Hoy, Jesús nos propone un ideal grande y difícil: el perdón de las ofensas. Y establece una medida muy razonable: la nuestra: «Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15). En otro lugar había mostrado la regla de oro de la convivencia humana: «Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros» (Mt 7,12).

Queremos que Dios nos perdone y que los demás también lo hagan; pero nosotros nos resistimos a hacerlo. Cuesta pedir perdón; pero darlo todavía cuesta más. Si fuéramos humildes de veras, no nos sería tan difícil; pero el orgullo nos lo hace trabajoso. Por eso podemos establecer la siguiente ecuación: a mayor humildad, mayor facilidad; a mayor orgullo, mayor dificultad. Esto te dará una pista para conocer tu grado de humildad.

Acabada la guerra civil española (año 1939), unos sacerdotes excautivos celebraron una Misa de acción de gracias en la iglesia de Els Omells. El celebrante, tras las palabras del Padrenuestro «perdona nuestras ofensas», se quedó parado y no podía continuar. No se veía con ánimos de perdonar a quienes les habían hecho padecer tanto allí mismo en un campo de trabajos forzados. Pasados unos instantes, en medio de un silencio que se podía cortar, retomó la oración: «así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Después se preguntaron cuál había sido la mejor homilía. Todos estuvieron de acuerdo: la del silencio del celebrante cuando rezaba el Padrenuestro. Cuesta, pero es posible con la ayuda del Señor.

Además, el perdón que Dios nos da es total, llega hasta el olvido. Marginamos muy pronto los favores, pero las ofensas... Si los matrimonios las supieran olvidar, se evitarían y se podrían solucionar muchos dramas familiares.

Que la Madre de misericordia nos ayude a comprender a los otros y a perdonarlos generosamente.

miércoles, 17 de junio de 2015

VATICANO, 17 Jun. 15 / 10:24 am (ACI/EWTN Noticias).- La catequesis del Papa Francisco este miércoles en la Audiencia General tuvo como tema principal el de la muerte en la familia. Esta, indicó, es “una experiencia que afecta a todas las familias, sin excepción alguna” puesto que “es parte de la vida”.
El Santo Padre subrayó que incluso “cuando toca a los queridos familiares, la muerte nunca es capaz de parecer natural”, y señaló que “sobrevivir a los propios hijos tiene algo particularmente angustioso, que contradice la naturaleza elemental de la relación que da sentido a la misma familia”.
Pero ante estos acontecimientos, también existe el ejemplo de muchas familias que afrontan la muerte de un familiar con fe.
Esta fe nos protege de la visión nihilista de la muerte, como también de los falsos consuelos del mundo, así la verdadera vida cristiana ‘no tiene el riesgo de mezclarse con mitologías de varios géneros’, cediendo a los ritos de la superstición, antigua o moderna”, dijo Francisco, citando a su predecesorBenedicto XVI.
El Papa subrayó la necesidad de que los “Pastores y todos los cristianos expresen de modo más concreto el sentido de la fe ante la experiencia del luto en la familia” puesto que “no se debe negar el derecho al llanto –tenemos que llorar en el luto– también Jesús ‘rompió a llorar’ y se ‘turbó profundamente’ por el grave luto de una familia que amaba”.
“Podemos más bien atender al testimonio simple y fuerte de tantas familias que han sabido tomar, en el durísimo paso de la muerte, también el paso seguro del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de la resurrección de los muertos”.
Francisco señaló que “el trabajo del amor de Dios es más fuerte que el trabajo de la muerte. Y de ese amor es del que debemos hacernos ‘cómplices’ trabajadores con nuestra fe” porque al final la muerte “ha sido derrotada en la cruz de Jesús” y Él “nos restituirá en familia a todos”.
Sobre la pérdida de algún familiar, el Santo Padre indicó que “la pérdida de un hijo o de una hija es como si parase el tiempo: se abre un abismo que engulle el pasado y también el futuro”. La muerte es una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor alegremente entregados a la vida que hemos hecho nacer”.
Francisco relató después cómo en la Misa de la mañana de la residencia de Santa Marta llegan a veces muchos padres con la foto de algún hijo, mayor o pequeño, que ha fallecido y cuya mirada “es dolorosa”. “La muerte toca y cuando se trata de un hijo toca profundamente. Toda la familia queda como paralizada, muda”.
Sucede algo parecido cuando es el niño el que permanece solo, por la pérdida de uno de sus padres o de ambos, explicó el Papa.
En este caso, la pregunta que se hacen los niños sobre dónde está el fallecido “cubre una angustia en el corazón del niño que se queda solo”.
“El vacío del abandonado que se abre dentro de él es tanto más angustioso por el hecho que no tiene si quiera la experiencia suficiente para ‘dar un nombre’ a lo que ha sucedido”.
El Santo Padre subrayó que en estos casos “la muerte es como un agujero vacío que se abre en la vida de las familias y de la que no sabemos dar explicación”. Esto conlleva que a veces “se llega a echar la culpa a Dios”.
“¿‘Por qué me has quitado a mi hijo, a mi hija? Dios no existe, ¡Dios no existe!’”, dijo el Papa a ejemplo de lo que a veces sucede. “Esta rabia es un poco lo que viene del corazón por un dolor grande, la pérdida de un hijo o una hija, del padre o de la madre es un gran dolor”, dijo.
Para el Papa esto “es algo que sucede continuamente en las familias” y, además, la muerte física tiene ‘cómplices’ que son también peores que ella y que se llaman odio, envidia, soberbia, avaricia; en definitiva, el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace todavía más dolorosa e injusta”.
Ante esto, “los queridos familiares aparecen como las víctimas predestinadas e impotentes de estas potencias auxiliares de la muerte, que acompañan la historia del hombre”.
El Papa pidió pensar en la “absurda normalidad” con la que “en ciertos momentos y en ciertos lugares, los acontecimientos que suman horror a la muerte vienen provocados por el odio y la indiferencia de otros seres humanos. ¡Que el Señor nos libre de habituarnos a esto!”.
Pero en la Iglesia, indicó, “con la gracia de su compasión donada en Jesús, muchas familias demuestran con los hechos que la muerte no tiene la última palabra: esto es un verdadero acto de fe”.
“La oscuridad de la muerte va afrontada con un intenso trabajo de amor. ‘Dios mío, ¡ilumina mis tinieblas!”, podría pedir alguno.
En la luz de la Resurrección del Señor, que no abandona a ninguno de aquellos que el Padre les ha confiado, nosotros podemos quitar a la muerte su ‘aguijón’”, dijo el Papa, a la vez que “podemos impedir que nos envenene la vida, echar a perder nuestros afectos, hacernos caer en el vacío más oscuro”.
El Santo Padre destacó que “en esta fe podemos consolarnos el uno a otro, sabiendo que el Señor ha vencido a la muerte de una vez por todas” y “la esperanza nos asegura que ellos están en las manos buenas y fuertes de Dios”.
El Papa reiteró que “el amor es más fuerte que la muerte” y por ello “el camino es hacer crecer el amor, hacerlo más sólido, y el amor nos cuidará hasta el día en el que cada lágrima será enjugada”.
“Si nos dejamos sostener por esta fe, la experiencia de luto puede generar una fuerte solidaridad de lazos familiares, una nueva apertura al dolor de las otras familias, una nueva fraternidad con las familias que nacen y renacen en la esperanza”. Y esto “nos da la fe”.
Sobre aquellos que ya fallecieron, el Papa Francisco afirmó que “el Señor restituirá y nosotros nos encontraremos junto a ellos”.
“¡Esta esperanza no decepciona!”, aseguró.
Nada me puede faltar...
El Evangelio de hoy
Mateo 6, 1-6. 16-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.

Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. En cambio, cuando tú des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará".

Reflexión
Ante estas palabras de Jesús, sería interesante el preguntarnos el motivo de nuestras acciones, ¿qué es lo que está detrás de nuestra caridad, de nuestro servicio? Y es que es triste que, dada la fragilidad de nuestra vida, muchas veces nos sintamos impulsados a servir o a hacer la caridad por motivos muy lejanos a la vida evangélica.

Muchas veces se sirve al patrón, al supervisor, a los propios padres, sólo por motivos de conveniencia, siempre buscando qué ventaja puede tener de mi acción. Muchas veces la caridad que hacemos a nuestros hermanos necesitados tiene un trasfondo egoísta o utilitarista que en nada se parece al que nos propone Jesús. Todas nuestras acciones, no sólo las espirituales, como las que nos propone el evangelio de hoy, deben tener como única motivación a Dios y el amor a los hermanos.

Cuando esto es una realidad, de ordinario se sirve con mucha discreción, pues lo importante no es que los otros lo vean, sino que nuestra acción verdaderamente ayude a los demás. Esto, si bien es una gracia, es también un ejercicio. Busquemos que nuestra caridad y servicio sean por amor, de manera que sólo Dios lo vea, pues de este modo nuestra recompensa nos la dará Dios y no los hombres.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro

martes, 16 de junio de 2015

Evangelio según San Mateo 5,43-48.

Jesús dijo a sus discípulos: 
Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. 
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; 
así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. 
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? 
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? 
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo. 

Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios. 

Leer el comentario del Evangelio por : 

Isaac el Sirio (siglo VII), monje cercano a Mossoul 
Discursos ascéticos, 1ª serie, nº60 

«Hace salir el sol sobre los malos y sobre los buenos»

     Anuncia la bondad de Dios. Siendo tú indigno, te acompaña, se lo debes todo a él, y no te reclama nada. A cambio de las pequeñas cosas que tú haces, te lo recompensa dándote grandes cosas. No llames, pues, a Dios, simplemente justo, porque no es por la relación existente con las cosas que tú haces que se revele su justicia. Si David le nombra justo y recto (sl 32,5), su Hijo nos revela que es mucho más que bueno y suave: «Es bueno con los malvados y desagradecidos» (Lc 6,35). 

¿Cómo puedes tú quedarte con la simple justicia de Dios al leer el capítulo sobre el salario de los trabajadores? «Amigo, no te hago ninguna injusticia. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?» (Mt 20,13-15). ¿Cómo se puede decir simplemente que Dios es justo leyendo el capítulo del hijo pródigo que malgastó en una vida disoluta la riqueza de su padre, y por la sola compunción que le mostró, su padre corrió hacia él, se le echó al cuello y le dio pleno poder sobre todas sus riquezas? (Lc 15,11ss). No es cualquiera quien nos dice esto sobre Dios y así podríamos dudar: es su propio Hijo; es él mismo quien ha dado de Dios este testimonio. ¿Dónde se encuentra, pues, la justicia de Dios? ¿No es en aquello de «cuando éramos pecadores Cristo murió por nosotros?» (Rm 5,8). Se Dios ya aquí abajo se muestra compasivo, creemos que lo será por toda la eternidad.

viernes, 12 de junio de 2015

Juan 19, 31-37

Como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, los judíos pidieron a Pilato, que les quebraran las piernas y que los quitaran de la cruz.

Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificado con Jesús. Pero al llegar a él, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.

El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron .


Reflexión 
Juan en este texto asegura haber visto el costado de Nuestro Señor abierto y salir de él sangre y agua. Sabemos que lo que él vio fue mucho más que una herida en un cuerpo humano; lo que el apóstol vio fue al amor mismo traspasado por nuestros pecados. Jamás nadie podrá imaginar lo que Jesús nos amó.

Su amor fue más grande que lo que el mismo cielo le ofrecía, fue más grande que todos nuestros pecados; su amor no tuvo límites, como dirá el mismo apóstol escribiendo más tarde su evangelio, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”. Sus últimas gotas de amor fueron recogidas por el discípulo amado y por su Santísima Madre quienes las atesoraron y ahora nos invitan a tomarlas en nuestras manos.

Por ti y por mí derramó esa sangre, y ahora esta sangre se ha convertido en vereda y la herida de su costado en puerta para introducirnos en su perfecto amor. Su corazón no es otra cosa que su amor. Ese amor infinito por ti y por mí. Siéntelo, experiméntalo. La más grande tragedia que puede sufrir un hombre en esta tierra es no experimentar este amor, no sentirse amado por el corazón de Jesús, por su delicado y prefecto amor. Déjate el día de hoy amar por él, te aseguro que tu vida nunca más volverá a ser igual.
 

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro 

jueves, 11 de junio de 2015


Día litúrgico: Jueves X del tiempo ordinario
Escuchar audio

Santoral 11 de Junio: San Bernabé, apóstol
Texto del Evangelio (Mt 5,20-26): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.

»Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego.

»Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».


Comentario: P. Julio César RAMOS González SDB (Mendoza, Argentina)

Si vuestra justicia no es mayor (...) no entraréis en el Reino de los Cielos



Hoy, Jesús nos invita a ir más allá de lo que puede vivir cualquier mero cumplidor de la ley. Aún, sin caer en la concreción de malas acciones, muchas veces la costumbre endurece el deseo de la búsqueda de la santidad, amoldándonos acomodaticiamente a la rutina del comportarse bien, y nada más. San Juan Bosco solía repetir: «Lo bueno, es enemigo de lo óptimo». Allí es donde nos llega la Palabra del Maestro, que nos invita a hacer cosas “mayores” (cf. Mt 5,20), que parten de una actitud distinta. Cosas mayores que, paradójicamente, pasan por las menores, por las más pequeñas. Encolerizarse, menospreciar y renegar del hermano no son adecuadas para el discípulo del Reino, que ha sido llamado a ser —nada más y nada menos— que sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16), desde la vigencia de las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12).

Jesús, con autoridad, cambia la interpretación del precepto negativo “No matar” (cf. Ex 20,13) por la interpretación positiva de la profunda y radical exigencia de la reconciliación, puesta —para mayor énfasis— en relación con el culto. Así, no hay ofrenda que sirva cuando «te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti» (Mt 5,23). Por eso, importa arreglar cualquier pleito, porque de lo contrario la invalidez de la ofrenda se volverá contra ti (cf. Mt 5,26).

Todo esto, sólo lo puede movilizar un gran amor. Nos dirá san Pablo: «En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rom 13,9-10). Pidamos ser renovados en el don de la caridad —hasta el mínimo detalle— para con el prójimo, y nuestra vida será la mejor y más auténtica ofrenda a Dios.E

miércoles, 10 de junio de 2015

n aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.
Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos». 
Reflexión
Con estas palabras nos enseña Jesús dos cosas. Primero, que el Antiguo Testamento forma parte auténtica de la revelación de Dios y segundo, que no hay mandamientos pequeños o enseñanzas banales en la Escritura. 
Cierto que el Antiguo Testamento, por haber sido escrito en un tiempo y cultura lejanos a nosotros, no siempre es fácil de entender. Sin embargo, esto no quiere decir que no debemos buscar en él la voluntad de Dios. Por otro lado, es cierto que no todo lo que entendemos, incluso del Nuevo Testamento, es fácil de cumplir. Requiere, ante todo, de la firme convicción de que esto es lo que Dios quiere, y que como tal, debemos de respetarlo y actuar como él nos lo propone. 
Es importante tenerlo en mente, pues, en esta confusión moral e incluso teológica, no faltan las opiniones sobre algunos aspectos de la Escritura, que no se toman en cuenta y son causa de dolor y de malestar para nosotros mismos y para la sociedad. Estemos siempre atentos, tengamos como fuente de sabiduría la Palabra de Dios, y como fuente de conocimiento e interpretación el "Magisterio Ordinario de la Iglesia". 
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro

domingo, 7 de junio de 2015

Estimado/a amigo/a:
La Eucaristía Pentecostés son los dos acontecimientos singulares con los que Dios ha sellado la Nueva Alianza: Dios se ofrece como Padre; el hombre se compromete a participar de su Vida. Este “subir” del hombre hacia Dios hasta la unión con Él es la más antigua, atrevida y deseada aspiración de la humanidad.
¿Cómo se ha hecho posible semejante “locura”? Dios ha tomado la iniciativa y por amor al hombre Él se ha hecho “tocable”. Lo ha realizado gradualmente. ¿De qué manera?Primero, Dios ha aceptado ponerse un Nombre, y nos lo revela para que sepamos que Él es Alguien —no es algo— con Quien podemos hablar confiadamente. Así, en el desierto Dios se presentó a Moisés como el “Yo Soy”. ¡Un nombre un poco raro para nosotros! Pero lo cierto es que éste es su nombre propio: “Dios ES” (“es SIEMPRE” y “es TODO”, plenitud de ser).
En segundo lugar, Dios se hizo hombre: el Padre envía al Hijo, asumiendo nuestra naturaleza humana. ¡Éste es el gran regalo a la humanidad:Cristo! En este gesto Dios se hace tan “tocable” que podemos tratarle… Incluso rechazarle, perseguirle y ¡crucificarle! ¡El hombre juzga a Dios!, hasta el punto que Dios da su vida por nosotros, paga por nuestras rebeldías, nos remueve con su ejemplo y nos eleva con su misericordia.
Finalmente, esta “loca” historia de Amor desemboca, por un lado, en elenvío del Espíritu Santo a nuestras almas. Y, por otro, el gran regalo: laEucaristía. «Yo estaré con vosotros día tras día hasta el fin de este mundo» (Mt 28,20). Jesús permanece en nosotros con su Espíritu, pero también lo hacefísicamente con su Cuerpo y con su Sangre, escondidos bajo las “apariencias” eucarísticas del pan y del vino (leer más).
¡No es algo improvisado! Viene de lejos: la entrega de Dios en la Eucaristía estaba ya anunciada y prefigurada en el Antiguo Testamento. Aquel “maná”, aquel pan que milagrosamente bajaba del cielo cada madrugada para alimentar a los judíos en la travesía del desierto era un anticipo de la Eucaristía. También lo fueron las multiplicaciones de panes y de peces que realizó Jesucristo para saciar el hambre de la gente que le escuchaba.
Con razón Jesús se presentó diciendo que «Yo soy el pan vivo bajado del cielo» (Jn 6,51). Realmente ha bajado del cielo, está vivo y —lo más increíble— “se hace” Pan para alimentarnos de su vida, una vida que fue “sacrificada”durante la Pasión (leer más). «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros» (cf. Mt 26,26; Lc 22,19). ElJesús-Eucaristía se hace presente cada vez que el sacerdote pronuncia esas “palabras de dolor”: Cuerpo “entregado”; Sangre “derramada”. De la Pasión de Jesús nos llegan la compañía del Espíritu Santo y el alimento/compañía del Cuerpo de Cristo (leer más).
En el don de la Eucaristía se esconde la vida de Dios y se ofrece nuestra salvación. Ahí Dios se nos entrega conmáxima discreción y, a la vez, conmáxima disponibilidad. Así es el Amor: discreto y servicial. Parece que no está, pero sí está. Con este “método”, en Jesucristo se cumplía el anuncio de que un descendiente de David —como nuevo Rey— iba a consolidar para siempre y en todo lugar el Reino de Dios. ¡No hace ruido, pero es eficaz! En las procesiones del Corpus Christi nuestro Rey se pasea por incontables calles de nuestro mundo (leer más). ¡Es el Cielo bajado a la tierra!«¿Qué más podía hacer Dios por nosotros?», se preguntaba san Juan Pablo II (leer más).

Antoni Carol i Hostench, pbro.
(Coordinador general de evangeli.net)