La Cuaresma, ha sido siempre considerada en la Iglesia como un tiempo propicio para crecer en la santidad dejando que Dios purifique, mediante nuestra oración, nuestros corazones. Ha sido, al mismo tiempo, un espacio en la vida del cristiano para reforzar su vida penitencial o ascética, sin la cual difícilmente permitirá que Dios lo lleve a conocer la perfección de su amor.
Desafortunadamente, el hombre de hoy tiene un concepto equivocado de lo que es la Ascesis o penitencia y en muy baja estima el valor de la cruz. La vida cómoda y materialista que vive le hace despreciar con facilidad estos dos valores que son fundamentales por no decir, indispensables, en la vida, no solo para alcanzar la santidad y con ello la plenitud, sino incluso para poder vivir una vida razonablemente alegre y estable.
De la misma manera que la vida interior es el instrumento para que la santidad crezca y se desarrolle, la Penitencia es la herramienta de la que se vale el hombre para fortalecer los muros de nuestro cuerpo, de nuestros deseos sensibles y los cuales, fuera de control, son capaces de destruir la vida o al menos impedir que ésta alcance la plenitud. La Penitencia es, por lo tanto, el elemento regulador, y, en muchos casos, el propulsor de la vida equilibrada y santa del hombre.
La penitencia actúa como una fuerza que empuja nuestras pasiones y deseos hacia el centro poniendo límites cada vez más estrechos, hasta lograr el equilibrio. En algunos casos agregando elementos a nuestra vida y en otros ayudando a eliminarlos o mermarlos . En ambas direcciones se supone una renuncia, por lo que esto no se podrá hacer sin la ayuda de la cruz y del Espíritu Santo.
La penitencia cristiana, correctamente entendida, no es estoicismo, ni platonismo, sino es la " fuerza que ayuda a que los criterios y la vida evangélica, pasen de la mente al corazón y del corazón a la vida diaria".
Desafortunadamente, el hombre de hoy tiene un concepto equivocado de lo que es la Ascesis o penitencia y en muy baja estima el valor de la cruz. La vida cómoda y materialista que vive le hace despreciar con facilidad estos dos valores que son fundamentales por no decir, indispensables, en la vida, no solo para alcanzar la santidad y con ello la plenitud, sino incluso para poder vivir una vida razonablemente alegre y estable.
De la misma manera que la vida interior es el instrumento para que la santidad crezca y se desarrolle, la Penitencia es la herramienta de la que se vale el hombre para fortalecer los muros de nuestro cuerpo, de nuestros deseos sensibles y los cuales, fuera de control, son capaces de destruir la vida o al menos impedir que ésta alcance la plenitud. La Penitencia es, por lo tanto, el elemento regulador, y, en muchos casos, el propulsor de la vida equilibrada y santa del hombre.
La penitencia actúa como una fuerza que empuja nuestras pasiones y deseos hacia el centro poniendo límites cada vez más estrechos, hasta lograr el equilibrio. En algunos casos agregando elementos a nuestra vida y en otros ayudando a eliminarlos o mermarlos . En ambas direcciones se supone una renuncia, por lo que esto no se podrá hacer sin la ayuda de la cruz y del Espíritu Santo.
La penitencia cristiana, correctamente entendida, no es estoicismo, ni platonismo, sino es la " fuerza que ayuda a que los criterios y la vida evangélica, pasen de la mente al corazón y del corazón a la vida diaria".
La urgencia de reasumir la vivencia y lo cotidiano de la penitencia, de quitarle toda esa carga negativa que por años ha tenido, para redescubrirla como un momento privilegiado de encuentro con la misericordia de Dios que conoce nuestras miserias y que a pesar de ellas nos ama y nos ha llamado a la santidad más elevada. Esto nos llevará sin lugar a dudas a experimentar el poder que sana el interior del hombre y que le impulsa a reemprender el camino de la felicidad, la alegría, el gozo y la paz, ya que como bien decía Clímaco: "es mediante la penitencia como nos libramos de la tiranía de las pasiones".
Por todo esto, la penitencia es la cruz benéfica que nos ayuda a renunciar a nosotros mismos, a los excesos y exageraciones, y que prepara el camino para que Dios desarrolle en nosotros la vida divina, la "Vida según el Espíritu" .
Una de las prácticas más comunes en la penitencia dentro de la Iglesia es el Ayuno, el cual nos lleva a ser más dueño de nosotros mismos al entrenarnos, privándonos de las cosas buenas como son la comida y otros placeres de la vida, para en su momento tener la capacidad de renunciar a lo que es pecado. Es un ejercicio que debe siempre iniciarse por las cosas pequeñas, si luego queremos aspirar a las grandes. De manera que si quisiéramos llegar a hacer un ayuno riguroso a pan y agua, debemos de haber iniciado muchos meses antes con las pequeñas privaciones. El privarse de un café, en el momento en que se antoja, de un vaso de agua, de nuestro postre preferido, etc., nos proveerán los elementos necesarios para llegar a tener una verdadera vida ascética.
Por una ancestral tradición en la Iglesia, existen dos días especiales para el ayuno que son: El Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Además, recordando la pasión del Señor, invita a los fieles a hacer penitencia todos los viernes del año y de manera especial durante los viernes de cuaresma.
Por lo que toca al ayuno, la Iglesia, buscando ayudar a los fieles a caminar en esta vía penitencial, ha "normado" esta práctica. Actualmente sugiere que el ayuno consiste en: Un vaso de leche o un café con pan en la mañana; nada entre comidas; una comida ligeramente reducida (frugal) y por la noche un café con pan.
El día de abstinencia debe ser un día de verdadera penitencia… día de austeridad y de renuncia. Ciertamente para algunos el no comer carne puede ser una verdadera penitencia, pero no para los hermanos que viven en una situación de marginación (aun para la clase media). Si quisiéramos recuperar el espíritu que animó a los primeros a hacer penitencia los viernes, deberíamos pensar en la comida que comen los pobres, que en nuestro caso, estaríamos hablando de un arroz sencillo o fideos y menos pan. El viernes de cuaresma es un día para hacer penitencia y no para comer pescado y pollo.
Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para crecer en nuestra vida de santidad y permitir a Dios tomar más participación en nuestra vida. Una cuaresma vivida con intensidad nos ayudará a celebrar la pascua con la alegría y el gozo de quien se ha esforzado por alcanzar la estatura del varón perfecto que es Jesucristo.
Por todo esto, la penitencia es la cruz benéfica que nos ayuda a renunciar a nosotros mismos, a los excesos y exageraciones, y que prepara el camino para que Dios desarrolle en nosotros la vida divina, la "Vida según el Espíritu" .
Una de las prácticas más comunes en la penitencia dentro de la Iglesia es el Ayuno, el cual nos lleva a ser más dueño de nosotros mismos al entrenarnos, privándonos de las cosas buenas como son la comida y otros placeres de la vida, para en su momento tener la capacidad de renunciar a lo que es pecado. Es un ejercicio que debe siempre iniciarse por las cosas pequeñas, si luego queremos aspirar a las grandes. De manera que si quisiéramos llegar a hacer un ayuno riguroso a pan y agua, debemos de haber iniciado muchos meses antes con las pequeñas privaciones. El privarse de un café, en el momento en que se antoja, de un vaso de agua, de nuestro postre preferido, etc., nos proveerán los elementos necesarios para llegar a tener una verdadera vida ascética.
Por una ancestral tradición en la Iglesia, existen dos días especiales para el ayuno que son: El Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Además, recordando la pasión del Señor, invita a los fieles a hacer penitencia todos los viernes del año y de manera especial durante los viernes de cuaresma.
Por lo que toca al ayuno, la Iglesia, buscando ayudar a los fieles a caminar en esta vía penitencial, ha "normado" esta práctica. Actualmente sugiere que el ayuno consiste en: Un vaso de leche o un café con pan en la mañana; nada entre comidas; una comida ligeramente reducida (frugal) y por la noche un café con pan.
El día de abstinencia debe ser un día de verdadera penitencia… día de austeridad y de renuncia. Ciertamente para algunos el no comer carne puede ser una verdadera penitencia, pero no para los hermanos que viven en una situación de marginación (aun para la clase media). Si quisiéramos recuperar el espíritu que animó a los primeros a hacer penitencia los viernes, deberíamos pensar en la comida que comen los pobres, que en nuestro caso, estaríamos hablando de un arroz sencillo o fideos y menos pan. El viernes de cuaresma es un día para hacer penitencia y no para comer pescado y pollo.
Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para crecer en nuestra vida de santidad y permitir a Dios tomar más participación en nuestra vida. Una cuaresma vivida con intensidad nos ayudará a celebrar la pascua con la alegría y el gozo de quien se ha esforzado por alcanzar la estatura del varón perfecto que es Jesucristo.
Adaptado del texto original por Pbro. Ernesto María Caro http://www.evangelizacionactiva.org.mx/