martes, 4 de agosto de 2015

Martes de la decimoctava semana del tiempo ordinario

Evangelio según San Mateo 14,22-36.

En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.
Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.
Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman".
Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua".
"Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame".
En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?".
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.
Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".
Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret.
Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos,
rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.


Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo

Comentario sobre el Evangelio de Mateo, libro XI. capítulo 6

La noche de la fe

        Si en alguna ocasión llegáramos a caer en el escollo de las tentaciones, acordémonos de que Jesús nos apremió a subir a la barca de la prueba, queriendo que le adelantáramos a la otra orilla. Pues es imposible que quienes no hubieran soportado las tentaciones de las olas y del viento contrario, lleguen a la orilla. Así pues, cuando nos viéramos cercados por un sinfín de dificultades y mediante un moderado esfuerzo hubiéramos logrado en cierto modo esquivarlas, pensemos que nuestra barca se encuentra en un mar abierto., sacudida por las olas, que quisieran vernos «naufragar en la fe»(cf 1Tm1,19) o en otra virtud. Pero cuando viéramos que es el espíritu del mal el que arremete contra nosotros, entonces hemos de concluir que el viento no es contrario.         Ahora bien, cuando soportando el viento contrario hubieran transcurrido las largas horas de la noche, esto es, de las tinieblas que acompañan a la tentación,  procurando escapar al «naufragio de la fe»,... estaremos seguros hacia el fin  de la noche, «cuando la noche está avanzada y el día se echa encima»(cf Rm13,12), el Hijo de Dios se acercará a nosotros, caminando sobre las olas, para calmar nuestro mar agitado.

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