¡Apunta bien alto! Busca la perfección personal, la
de tu familia, la de tu trabajo, la de tus obras, la de los encargos
que te confíen. Los santos han aspirado a lo máximo. No se asustaron
ante el esfuerzo y la tensión. Se movieron. ¡Muévete tú también!
Texto del Evangelio (Lc 12,49-53): En aquel
tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el
mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo,
¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al
mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará
dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre
contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la
hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la
suegra».
Es la tensión de la vida, la inquietud experimentada por las personas que tienen grandes proyectos. Por otra parte, quien no tenga deseos es un apocado, un muerto, un freno. Y, además, es un triste, un amargado que acostumbra a desahogarse criticando a los que trabajan. Son las personas con deseos las que se mueven y originan movimiento a su alrededor, las que avanzan y hacen avanzar.
¡Ten grandes deseos! ¡Apunta bien alto! Busca la perfección personal, la de tu familia, la de tu trabajo, la de tus obras, la de los encargos que te confíen. Los santos han aspirado a lo máximo. No se asustaron ante el esfuerzo y la tensión. Se movieron. ¡Muévete tú también! Recuerda las palabras de san Agustín: «Si dices basta, estás perdido. Añade siempre, camina siempre, avanza siempre; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Se para el que no avanza; retrocede el que vuelve a pensar en el punto de salida, se desvía el que apostata. Es mejor el cojo que anda por el camino que el que corre fuera del camino». Y añade: «Examínate y no te contentes con lo que eres si quieres llegar a lo que no eres. Porque en el instante que te complazcas contigo mismo, te habrás parado». ¿Te mueves o estás parado? Pide ayuda a la Santísima Virgen, Madre de Esperanza.
Día litúrgico: Jueves XXIX del tiempo ordinario
«He venido a prender fuego en el mundo»
Rev. D.
Joan
MARQUÉS i Suriñach
(Vilamarí, Girona, España)
Hoy, el Evangelio nos presenta a
Jesús como una persona de grandes deseos: «He venido a prender fuego en
el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!» (Lc 12,49). Jesús ya querría
ver el mundo arder en caridad y virtud. ¡Ahí es nada! Tiene que pasar
por la prueba de un bautismo, es decir, de la cruz, y ya querría haberla
pasado. ¡Naturalmente! Jesús tiene planes, y tiene prisa por verlos
realizados. Podríamos decir que es presa de una santa impaciencia.
Nosotros también tenemos ideas y proyectos, y los querríamos ver
realizados enseguida. El tiempo nos estorba. «¡Qué angustia hasta que se
cumpla!» (Lc 12,50), dijo Jesús.(Vilamarí, Girona, España)
Es la tensión de la vida, la inquietud experimentada por las personas que tienen grandes proyectos. Por otra parte, quien no tenga deseos es un apocado, un muerto, un freno. Y, además, es un triste, un amargado que acostumbra a desahogarse criticando a los que trabajan. Son las personas con deseos las que se mueven y originan movimiento a su alrededor, las que avanzan y hacen avanzar.
¡Ten grandes deseos! ¡Apunta bien alto! Busca la perfección personal, la de tu familia, la de tu trabajo, la de tus obras, la de los encargos que te confíen. Los santos han aspirado a lo máximo. No se asustaron ante el esfuerzo y la tensión. Se movieron. ¡Muévete tú también! Recuerda las palabras de san Agustín: «Si dices basta, estás perdido. Añade siempre, camina siempre, avanza siempre; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Se para el que no avanza; retrocede el que vuelve a pensar en el punto de salida, se desvía el que apostata. Es mejor el cojo que anda por el camino que el que corre fuera del camino». Y añade: «Examínate y no te contentes con lo que eres si quieres llegar a lo que no eres. Porque en el instante que te complazcas contigo mismo, te habrás parado». ¿Te mueves o estás parado? Pide ayuda a la Santísima Virgen, Madre de Esperanza.
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